sábado, 13 de noviembre de 2010

La fiesta empieza en un piso de cuatro habitaciones, tres de ellas semiusadas como despacho. Entre la nubareda de Winstons se distingue una partida de póker de uno contra uno, que en este caso es de un ganador contra un curioso. Gana el ganador.
Mis esperanzas nocturnas están altas, y alguno que otro comparte la idea. Se divisan amores shaekspirianos para toda la vida y también gin tonics cargados generosamente. También cinismo, mucho cinismo. Atrás quedan los fines de semana que nadie recordará.

Salimos de la casa con ilusiones grotescas, y en la charla de camino al metro se mencionan cinco páginas porno, tres de ellas de pago. Apenas hablo, y lo único de valor que digo es que el cine porno amateur es una vanguardia con un dorado futuro. "Demasiado tiempo sin novia, viejo" me dice uno.
El viaje en metro adopta un cariz futurista, poblado de medias purpúreas en las piernas femeninas y una gran variedad de gafas de pasta anchurosas como catalejos Aerospaciales. Con ello, se introduce un valor de plasticidad y me entra cierta pereza por seguir despierto.. No quiero enfrentarme a los ejércitos de maniquís que suelen colonizar enfants, la discoteca a la que vamos. "Venga viejo, no te rajes", me dicen.
Pago 10 euros con la normalidad de un niño que gasta 1 euro comprando cucherías después del cole. La dolorosa estafa discotequera se ha perpetuado durante tantas lunas que ya la he normalizado; ya es una más de todas mis cuestionables sumisiones.
Me bebo un cubata después de hacer una cola tan larga que es visible desde la luna, y logró sacar un diálogo minimalista y átono con una chica de cabello negro, piel enferma y ojeras nostálgicas.
Me marcho antes que los demás. Me espera un camino de vuelta a casa usando al móvil como mp3. Las esperanzas no se desvanecen, pero el amor shakspiriano lo acabo teniendo que suplir con videos de falsos castings porno.
En el fondo, saben que al viejo le gusta este tipo de vida. Es la que se merece, a su parecer.

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